Esa noche fue mágica, alborotada, radiante y feliz. Hemos cantado juntos por casi 20 años y cuando pasa tiempo de no hacerlo se nos crece en el corazoncito una ausencia urgente de sanar. Aquellos días de noviembre nos reencontrábamos. Volvíamos a compartir un escenario y éramos todo ganas de hacerlo.
Mi padre ha sido para mí un maestro en muchas cosas. De su mano vi niños de mi edad (entonces 11 años) pidiendo comida en las calles y le vi sacar de su bolsillo todo cuanto tuviera e inmediatamente mi impulso de hacer lo mismo para darles. De su grandeza he aprendido la humildad, el compromiso, el respeto, la palabra. Tan humilde que me extiende su mano con admiración y orgullo y a mí entonces no me queda otra que corresponder, porque quién se atrevería a dejar caer esa esperanza.
Le agradezco la canción, las inquietudes, la ambición de alcanzar objetivos humanamente grandes. Defender el sueño, apasionadamente. Dejar el corazón en una batalla.
Gracias, papá.
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